
Autor: Columba Arias Solís*
Título: VOTAR
Concluidas las campañas electorales en todo el país, que -en el caso de Michoacán- tuvieron como nota característica la utilización de las peores prácticas, transformándolas en las campañas más sucias que se recuerdan de los últimos procesos, donde las acusaciones –que no aterrizaron en denuncias formales- se constituyeron en el eje rector de la estrategia electoral, especialmente en las redes de internet, convirtiendo un ejercicio cívico en un reallity show con diversos capítulos escandalosos, empero, lo anterior no parece influirá en los resultados finales, y en un par de días, de acuerdo a las disposiciones de la legislación electoral, los ciudadanos acudirán a las urnas para depositar el voto por los candidatos (as) de su elección.
Como es sabido, en un sistema democrático las elecciones son un requisito indispensable para constituir esa forma de gobierno; como señala Sartori, la democracia es el gobierno elegido por las mayorías, en respeto de las minorías, y aunque ciertamente este sistema no se agota ni se limita en el proceso electoral, es indudable que la emisión del voto va permanentemente unido a la existencia y a la sobrevivencia de la democracia, puesto que no hay otro mecanismo para incluir la participación ciudadana en el ejercicio de decidir sobre aquellos (as) que serán los representantes populares, los gobernantes en los diferentes niveles de gobierno.
En Nuestro país, el ejercicio del voto está garantizado por el artículo 35 constitucional, el cual establece como derecho de los mexicanos votar en las elecciones populares y poder ser votado para todos los cargos de elección popular, teniendo las calidades que establezca la ley.
No es tampoco ignorado el descontento, el rechazo de los ciudadanos a los partidos políticos, que particularmente se hace sentir en los meses de campaña previos a la jornada comicial. No solo existe desde hace años un alejamiento entre los partidos políticos y la sociedad mexicana, hay además una repulsa de diversos sectores sobre todo aquello que huela a política ejercida por los mismos de siempre.
Existe la percepción de que casi todo los males del país son cosa de los partidos y de los integrantes de la clase política, sin embargo, pese a ese menosprecio manifiesto, no parece haber ciudadano –hablando de aquellos que no pertenecen a partidos- que cuando se les ha ofrecido candidaturas o cargos las hayan rechazado para ser congruentes con el desdén a lo que representan, y así, felizmente protestan sus cargos, ya sean de elección popular, ya sean en la administración pública, y se vuelven entonces parte de aquello que se critica.
Por supuesto, dentro de la ciudadanía hay voces que se cuestionan si dadas las condiciones de desconfianza partidista electoral por los actos de corrupción de ciertos integrantes de la clase gobernante, la crisis de credibilidad en la clase política y la inaplicación de un verdadero estado de derecho, resulta todavía de cierta eficacia el voto depositado, ya no por el mejor candidato o candidata, sino acaso por el menos peor.
Cada vez es más frecuente encontrar opiniones que ponen en duda si la democracia representativa es el medio que permite resolver los problemas de la población al permitir una organización y además, decidir en ésta, o si tal vez, únicamente sirve para legitimar un sistema de dominación y de relaciones sociales que consideran es en sí mismo asimétrico, desigual y antagónico (Rubén Martín 2015.
Es en ese contexto que, por ejemplo, cuestiona Coutiño, ¿cómo se fortalece la democracia en un país en donde la ciudadanía ya no tiene la confianza en quienes manejan las instituciones? ¿Cómo se ejerce la democracia en un país donde un error o un acto de corrupción no se castigan ni siquiera con la separación del cargo?
Ciertamente, en México no ha sido posible arribar a lo que el politólogo italiano llama el deber ser de la democracia, donde “la comunicación de los asuntos públicos es común, los problemas colectivos se hacen comunes, los gobiernos que dirigen el Estado buscan el bienestar colectivo”.
A pesar del descontento ciudadano con los partidos, la esperanza no se encuentra totalmente perdida, en diversas encuestas levantadas a lo largo de las campañas, los ciudadanos todavía expresan la intención de ir a votar en la jornada comicial. Las campañas del voto nulo no han logrado causar mella en el electorado, de acuerdo con la última encuesta de Parametría, solo uno de cada diez ciudadanos piensa anular su voto, mientras que el 48 por ciento de los ciudadanos señala que votar es un deber.
Luego entonces, en el país y en el Estado, hay la mayoritaria intención de ejercer el derecho de los ciudadanos de emitir el voto, corresponde al gobierno cumplir con su responsabilidad para que éste ejercicio se realice con libertad y seguridad. A quienes aducen que sufragar no sirve de nada, vale recordarles que lograr el voto universal, libre y secreto ha costado años de lucha e incluso de sangre, y que hoy por hoy, no hay otra forma de incidir en la elección de gobernantes. Si no se está de acuerdo con los partidos y candidatos que hay, entonces, desde la ciudadanía hay que organizarse y comprometerse para promover candidaturas cercanas a los intereses de la población, lo que implica por supuesto un trabajo constante y de cierta dedicación.
*Columba Arias Solís es Maestra en Derecho Civil y Notaria. Profesora de Derecho Administrativo de la UMSNH.Analista política en diversos medios nacionales e internacionales
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