miércoles, 3 de junio de 2015

De la Traición al Despertar de los Intelectuales

De la Traición al Despertar de los Intelectuales
Por Teresa Da Cunha Lopes

El intelectual en las primeras décadas del siglo XX ( el siglo pasado) estuvo sometido , según Raymond Aron , a la estupefaciente fascinación del marxismo. Sobre este punto Jose Luis Aranguren , en una de sus columnas políticas comentaba :"digamos nosotros, con acentos menos psicodélicos , que por entonces todos pasamos por el marxismo ." O sea , todos de cierta forma , hasta Malraux, fueron , si no militantes, "compagnons de route". durante esas décadas a las cuales, después del libro de François Furet , llamamos el "pasado de una ilusión ".

Pero, tal como lo he escrito en una crónica anterior , publicada en mayo, a lo que asistimos es a la traición de los intelectuales, integrantes de la academia que han estado pasivos, autistas frente a la(s) realidad(es).. Un mundo intelectual que ha estado en estado de hibernación. Como consecuencia de esta marginalidad asumida por todos y cultivada por algunos , los intelectuales ( leerse , los académicos ) ,vistos desde el mundo real (o sea desde fuera de la burbuja de la academia), no servimos,aparentemente,, para nada, sólo para criticar ,solo para dar lata. .Este es un discurso repetitivo que escuchamos y leemos a cada rato. Que ya aburre.

En nuestra defensa, yo diré que algunos de nosotros , es bien verdad ,somos un poco como Jon Snow en el Juego de Tronos . Por momentos , también servimos para proponer modelos que parecen irrealizables y a que otros llaman de utopías, pero que nos llevan a las vías posibles de la supervivencia como individuos y como civilizaciones.. Nos abren las puertas de los futuros híbridos.

Ahora bien estas "utopias" no son ni vanas ni absurdas , si visiones del futuro articuladas que pueden transformar la sociedad . Sin embargo, como dejamos su implementación en manos de los de siempre, de "los políticos" , por supuesto esta transformación es siempre tardía , mal hecha o simulada.

Políticos cuya acción, o mejor inacción , es enmarcada por su pertenencia a los partidos políticos. Lo que muchas veces olvidamos es que los partidos deben ser considerados , si no como un mal necesario , sí como una herramienta ,un instrumento político que debe ser vigilado desde la ciudadanía , desde la base , para que no se le evapore la naturaleza democrática . Con todas las reservas que su funcionamiento nos merezca, ahí están. Pero nunca podrán ser la vanguardia , ni liderar la transformación a pesar de la errada convicción de Lenin.

Es altura del despertar de los intelectuales, es el momento de retomar la tradición de vanguardia. Es necesario reivindicar el liderazgo intelectual que aporta positivamente al debate informado y crítico sobre todas las cuestiones relacionadas con nuestro presente y sobre los futuros híbridos. Caso contrario continuaremos en una trayectoria de marginalización voluntaria que nos transforma en traidores a la sociedad, de la cual emergimos, de la cual somos parte integrante y para la cual debemos trabajar.

Nuestro paradigma debe ser basado en el reconocimiento de la fuerza de la sinergia de las ideas y del trabajo de grupos y de redes de investigación, debate y desarrollo. Tal como lo decía Teillard de Chardin a Georges Magloire : “Rien dans l’univers ne peut résister à l’ardeur convergente d’un nombre suffisamment grand d’intelligences groupées et organisées ».

No podemos continuar como si no hubiese nada en nuestras sociedades que permita la violencia protegida por estructuras construidas con la complicidad del silencio de amplios sectores. Estamos obligados como investigadores, como comunidad científica, a hacer una reflexión a fondo, y liderar la apertura del debate público, sobre los conceptos de “estado fallido”, de “narco estado”, sobre los movimientos sociales, sobre las “autodefensas”, sobre las diferencias entre seguridad nacional y seguridad pública, sobre el estado de derecho constitucional, sobre la pobreza, sobre la distribución de la riqueza, sobre las brechas digitales, sobre la transparencia, sobre la discriminación y la equidad, sobre las capacidades productivas, las tecnologías, sobre las estructuras de trabajo, las demografía s y la seguridad social. Pero también sobre las nuevas tecnologías, sobre las energías alternativas, sobre los nuevos procesos económicos y sobre los sistemas post capitalistas.

Estamos obligados a analizar la definición de las políticas públicas, la responsabilidad de los servidores públicos, estudiar a fondo las funciones, obligaciones y sobretodo los límites de la acción del estado para con sus ciudadanos, frente a sus ciudadanos y por sus ciudadanos, en el siglo XXI.

He siempre defendido y continuo creyendo que hay que cuestionar también, desde la academia, lo que permite la existencia, desde el aparato de estado, de torquemadas, inquisidores, guerreros desbocados, manipuladores de elecciones, corruptores de masas, defraudadores del erario público, y lo que impide la luz, los valores de libertad y la filosofía como eje central de nuestras sociedades.El intelectual y la academia deben retomar su posición central en este debate, que subrayo,  ocupa el espacio dejado vacío por el debate político ausente. Debate que complementa al otro, al debate en la opinión pública, distorsionado por una maqila de la comunicación de masas  controlada por grupos de interés.

No es un tema sencillo, no son temas sencillos, y aunque he reconocido que nos corresponde hacer un debate dentro de la academia, este debate no debe permanecer en la torre de marfil de nuestros centros de investigación, sí debe ser realizado entre la academia y la sociedad. Por otro lado, de cierta forma abogo por conducirlo desde la perspectiva de occidente, porque defiendo que el mismo debe estar inscrito en el paradigma de los derechos humanos.

El intelectual (uso este término en la definición francesa de la intervención del grupo en el espacio del conocimiento y en el espacio político), en los últimos años, ha dejado esta reflexión, la más polémica de sus actividades sustantivas, para el final de su lista de acciones. Se ha paulatinamente convertido en el “especialista” que no opina fuera de su microscópico tema de investigación, o en el “tecnócrata” que ejecuta un proceso que no cuestiona.

Esta reducción de la función del intelectual al mero rango del “especialista” y de la academia a la una unidad de producción de “competencias y destrezas” para un mercado, ha sido fatal para nuestras sociedades. Antes, en el pasado reciente del siglo XX, el intelectual advirtió contra las voces que producían a los totalitarismos, y señaló los retos de los futuros posibles, abrió el debate sobre las libertades y cuestionó el uso de los productos y posibilidades del propio progreso tecnológico. Creó sistemas de pensamiento, leyes del universo y participó en los grandes movimientos políticos. Fue el siglo de Einstein y de Borg; de Sartre y Aron; de Keynes y de Hayek.

Hoy, por hoy ha dejado de lo hacer. Ejecuta procesos, observa pasos metodológicos, produce tablas comparativas, es un elemento esencial en del complejo militar-industrial. Incapaz, por su propia formación de asumir el papel del visionario o el método del filosofo ante los problemas actuales, todo lo que puede hacer es una simulación de “reformas” enmascaradas en una terminología repetitiva: credibilidad, disciplina presupuestaria, recorte al gasto público, bonos europeos, troika, fondo europeo de estabilización financiera, edge funds, etc, etc.

En el momento actual, cuando hace falta, rápidamente, parar a la extrema derecha xenófoba, cortarles el camino a los autoritarismos, y estar alertas contra toda forma de amalgama entre estado y crimen organizado, cuando los deseos de venganza ciega que solo pueden añadir odio al odio atacan los cimientos de los avances de las últimas décadas en materia de derechos humanos, el intelectual, la academia y los intelectuales están en silencio y, por veces imposibilitados, de crear el debate profundo, urgente y necesario sobre la sociedad fracturada y el fin de la abundancia.

Este silencio cómplice, o esta imposibilidad auto construida de acción, constituyen una traición, porque el intelectual y la academia se dejaron reducir al analfabetismo funcional del “especialista”, en el mejor de los casos, o bien se dejaron hipnotizar por las prebendas de la cercanía al poder, que confunden con el ejercicio del poder, sin identificar que las mismas solo son cuentas de color y espejitos que cambian por el “oro” de la legitimación que otorgan a regímenes impresentables, a violaciones continuas de la dignidad humana, a opciones pseudo reformistas.  Es el momento de pasar de la traición al despertar de los intelectuales.

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