
Autor: Columba Arias Solís*
Título: Corresponsabilidad
I.- Sentida y padecida, desde hace años la violencia y la inseguridad se han enseñoreado en diversas regiones del país, donde las autoridades han sido rebasadas por la delincuencia organizada, sin embargo, desde el inicio de la administración federal pasada el caso de Michoacán ha sido puesto en el centro mediático, y es nuestra entidad motivo de notas principales en prácticamente todos los medios del país y hasta algunos del extranjero, lo que no deja de mover a interrogaciones sobre ese interés tan particular, habida cuenta que los ilícitos y hechos de violencia cometidos en otras entidades de la República Mexicana entre ellas los estados de México, Veracruz, Guerrero, Tamaulipas, Chihuahua, Sinaloa entre otros más, rebasan los números de los acontecidos en tierras michoacanas, y otras organizaciones delincuenciales asolan también aquellos lugares, como se desprende de las propias cifras de las autoridades federales.
En el caso de Michoacán, a la situación de inseguridad, se sumaron otros acontecimientos que propiciaron que ciertos actores políticos se refirieran a la entidad como un estado fallido. Es decir, la falta de recursos en las arcas públicas atribuida a las administraciones anteriores por las nuevas autoridades, pero que hasta la fecha no tiene responsables, pese a las acusaciones vertidas desde el inicio mismo de la actual administración; el quebranto en la salud del gobernante que obligó a la solicitud de licencia, el interinato semestral y el regreso a sus funciones del primero, en medio de una serie de hechos violentos que obligaron a la federación a hacer acto de presencia en la entidad para poner un freno a la delincuencia y luego del surgimiento de los grupos de autodefensa en las localidades de la tierra caliente.
Con el gusto de unos y el disgusto de otros, el presidente de la República designó un comisionado para encargarse de las labores de coordinación de los apoyos federales en la entidad, aunque algunos opositores consideran que realmente llegó a cogobernar; lo cierto es que a estas alturas el comisionado se ha reunido con diferentes grupos políticos y sociales, asumido la coordinación de las fuerzas de seguridad y convenido la legalización de las autodefensas.
Se ha dicho que la crisis de seguridad, agravada por el dejar hacer y dejar pasar de las autoridades, las erradas políticas gubernamentales, los escasos niveles de participación de la sociedad, la deficiente atención a la problemática social, y la dificultad para concretar acuerdos políticos han sido factores que han influido para evitar el desarrollo de nuestra entidad.
Ante la crisis actual, desde diversos espacios se buscan culpables del deterioro social, del quebranto de las finanzas públicas, de la pobreza imposible de reducir, de la proliferación de los grupos delincuenciales y de la terrible inseguridad; todos señalan con índice de fuego y nadie asume la corresponsabilidad en el estado de cosas.
En días pasados en diversos periódicos se daba cuenta de las declaraciones del párroco de la cabecera municipal de Apatzingán, quien señalaba que el cincuenta por ciento de la población de aquella localidad participaba con el grupo al que ahora combaten las autodefensas. Motivo de investigación y no solamente de reflexión deben ser las palabras del cura, porque ciertamente sin el encubrimiento, la participación y el sometimiento de grupos de la población, así como la corrupción y la colusión de autoridades no podrían haberse generado las actuales condiciones de inseguridad.
En ese contexto, hay corresponsabilidad que no asumen tampoco los diferentes niveles de gobierno en relación con la problemática de la entidad. En el caso de la quiebra de las finanzas públicas, actores políticos y funcionarios señalan a quienes los precedieron, pero no son públicas las denuncias, las investigaciones que se supone debieran ya no estar en curso, sino haberse concluido; y nada se dice de la corresponsabilidad de las tres legislaturas anteriores que aprobaron gustosas los endeudamientos propuestos por los ejecutivos; como tampoco nunca se hizo investigación sobre los recursos presuntamente depositados a las cuentas de diversos legisladores a cambio de la aprobación de contrataciones de deuda. Y la Auditoría Superior como parte del legislativo ¿cuál ha sido su papel en los últimos doce años? ¿Cómo han estado atendiendo los casos de los Ayuntamientos cuyas autoridades han afirmado estar pagando cuotas a los grupos delincuenciales, constituyendo ese hecho un claro y manifiesto desvío de recursos públicos?
Como bien señalara la investigadora del CIDE Alejandra Ríos al referirse al endeudamiento de otras entidades federativas, “nadie habla de la corresponsabilidad legislativa en esta materia; nadie cuestiona la acción u omisión del poder Legislativo”. En el mismo sentido nos recuerda que “los límites de deuda, el establecimiento de los criterios para su aprobación o rechazo, y sobre todo, la vigilancia del uso de la deuda misma son parte de la responsabilidad legislativa. Así que el soslayo –dice- a la participación de los legisladores en estos temas, ejemplifica cómo es fácil olvidar que somos regímenes republicanos en donde gobernar es corresponsabilidad entre poderes”.
¿Y la corresponsabilidad de los partidos políticos no solo en la designación de candidatos cuestionados, sino en los financiamientos millonarios de dudosa procedencia? ¿Y la corresponsabilidad de las autoridades electorales?
II.-En la grave crisis de inseguridad que se padece hay una corresponsabilidad de diversos actores sociales y políticos a la que – algunos por interés, otros por desidia y otros más por desconocimiento- nadie se refiere. La corresponsabilidad de los integrantes del Poder legislativo se encuentra directamente ligada con la de los Partidos Políticos, habida cuenta que de la existencia de unos se deriva la de los otros, al menos hasta ahora en que no han aterrizado en el terreno de los hechos, las candidaturas ciudadanas.
Los partidos políticos en México de acuerdo con el precepto constitucional deben promover la participación política de la sociedad y contribuir a la integración de la representación y “como organizaciones de ciudadanos hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo”.
En ese contexto, como intermediarios entre la sociedad y el poder público, mediante diversos procedimientos previstos en sus documentos internos, escogen candidatos a contender a los distintos cargos de elección popular, por tanto, es su deber y responsabilidad asegurarse que esos –primero aspirantes- luego candidatos y en el caso de que resulten ganadores de la elección, representantes populares, además de que reúnan todos los requisitos previstos en los ordenamientos constitucionales, sean personas de antecedentes conocidos y desvinculadas de asuntos delincuenciales.
A la luz de las circunstancias actuales, queda claro que los partidos políticos no han observado las exigencias previstas por la ley en la elección de algunos de sus candidatos; hoy, la sospecha y en algunos casos los señalamientos directos sobre autoridades administrativas y de elección popular vinculadas con la delincuencia organizada se encuentran a la orden del día.
Analistas y académicos, desde hace tiempo han estado señalando que además de los enormes recursos públicos otorgados a los partidos, el desbordado financiamiento utilizado en las diversas campañas políticas, donde los ríos de dinero son los impulsores de las candidaturas, han sido el cauce por donde se cuelan los recursos sospechosos de provenir de medios ilícitos.
La utilización de los medios masivos de comunicación llevó hasta alturas insospechadas el costo de las campañas, y los millonarios recursos en su mayor parte han tenido como destinatarios finales, los bolsillos de las grandes televisoras.
No siempre, por supuesto fue así, el financiamiento a los partidos políticos en México ha pasado por diversas etapas. En la etapa posrevolucionaria los partidos políticos no tenían ningún financiamiento o prerrogativa por parte del Estado. En el inicio de los partidos políticos, los gastos de éstos eran tan reducidos como también lo era el papel que desempeñaban, por ende, su financiamiento provenía de las donaciones o aportaciones de sus simpatizantes y de las de los propios candidatos.
Luego vendrían las aportaciones de la militancia, a excepción del entonces partido oficial que se nutría de los recursos ejercidos por la propia administración. Los partidos políticos opositores realizaban campañas con los mínimos recursos que les aportaban simpatizantes, militantes y candidatos.
En las reformas de los años 1962 y 1963 se determina la exención de impuestos a los ingresos derivados de los partidos; en 1973 la reforma a la ley de la materia otorgaría a los partidos el uso de franquicias telegráficas y postales y el acceso a los medios de comunicación en los tiempos del Estado.
Es en el año 1977 cuando la reforma política incluye el financiamiento público directo a los partidos políticos y el artículo 41 constitucional considera que “en los procesos electorales, los partidos políticos nacionales deberán contar, en forma equitativa con un mínimo de elementos para sus actividades tendientes a la obtención del sufragio popular. Pero es a partir del proceso electoral de 2000, cuando el exceso de recursos de algunos candidatos cobra notoriedad y se presumen visos de ilegalidad.
Luego entonces, el financiamiento privado de las campañas parece ser el talón de Aquiles de nuestro sistema democrático, porque no obstante las reglas establecidas, siempre la evidencia publicitaria del exceso de los gastos en una campaña, más allá de los aprobados por la autoridad respectiva levanta las sospechas sobre el origen de los millonarios recursos ejercidos y de la violación a la norma, ante la aparente complacencia de las autoridades electorales, quienes como en los casos del pemexgate o los amigos de Fox, no encontraron evidencias de ilicitud.
Al postular candidatos cuestionados y admitir recursos sospechosos de ilegalidad los partidos se vuelven corresponsables en las situaciones de inseguridad, como también las autoridades electorales omisas en la aplicación de la ley.
III.-En el grave tema de la inseguridad, además de la obvia responsabilidad de las autoridades correspondientes, cuya primera obligación es velar por el cumplimiento de las normas, hacer valer el Estado de derecho y garantizar a la ciudadanía la paz y la tranquilidad, existen corresponsabilidades de los tres niveles de gobierno, quienes con su dejar hacer, dejar pasar, han contribuido a la institucionalización de la delincuencia. Empero, no puede soslayarse que la propia sociedad –una parte de ésta en diferentes sectores- es también corresponsable del estado de cosas.
Así lo han venido señalando tanto el párroco de la capital tierracalentana michoacana, como el vocero de los llamados comunitarios, quienes acusaban en días pasados la participación de una parte importante de ciudadanos al lado de las fuerzas delictiva que asolaron aquella región. Corresponde a las autoridades realizar las investigaciones necesarias para deslindar responsabilidades y hacer recaer sobre hechores y cómplices el peso de la ley.
Desde hace años es un secreto a voces la colusión de autoridades con la delincuencia, así como la participación de ciudadanos en diferentes grados en las actividades de aquella; lo anterior refleja una pérdida de valores cívicos y morales en esa parte de la sociedad –empresarios, políticos, profesionistas, comerciantes, entre otros- que a sabiendas de la procedencia de los recursos, sin el menor prurito o temor a la ley, se sumaron al manejo o a las actividades de los grupos del crimen.
Desde luego, algo grave sucedió en el transcurso de los años que ocasionó el pudrimiento social y en consecuencia el joven, la o el vecino, el profesionista, comerciante, compañero o compañera de la preparatoria o de la secundaria, pasaron a formar parte de las huestes dedicadas a los ilícitos.
Se explica –no sin razón- que las condiciones de pobreza y marginación han llevado a un importante número de jóvenes a sumarse a las filas de la ilegalidad y la violencia, no obstante, ello solamente es una parte del problema –hay otros países mucho más pobres que éste y sin embargo no tienen los altos niveles de violencia y corrupción que campean en el nuestro.
Ciertamente, la falta de oportunidades puede ser la explicación de una parte de la población para inclinarse por las actividades ilegales como forma de vida, pero ¿y los demás? No debe perderse de vista que hay otra parte de la sociedad que por ambición desmedida, por afanes de ascender a los niveles del poder político, económico y social decidió empeñar su vida a la ilegalidad, dejando atrás cualquier ápice de valores éticos que pudieron haber adquirido en el entorno familiar y escolar.
En la primera intervención luego de su designación, el Comisonado para Michoacán declaraba la necesidad de comenzar con la reconstrucción del tejido social en la entidad, y mencionaba una serie de medidas tendientes a lograrlo. Por supuesto que urge la reconstrucción, pero ésta debe comenzar por la aplicacón irrestricta de la ley para abatir impunidades, además es absolutamente indispensable detectar y atacar las causas del pudrimiento social; establecer políticas de prevención desde la base misma de la sociedad: la familia, puesto que es en ésta donde la niñez establece sus primeros vínculos en el ámbito del afecto y prácticas sociales; es en la familia donde se adquieren los valores primeros que serán determinantes a lo largo de su vida, ya que además de la atención y cuidados para su bienestar físico, también su entorno familiar propicia las pautas educativas que incidirán en su madurez.
De la misma forma, debe revisarse con detenimiento el tema educativo para que, además de los anunciados recursos económicos que se ha dicho habrán de invertirse, también se analice la corresponsabilidad del sector; advertir en dónde se han incumplido con los fines educativos previstos desde la Constitución del país que marca las pautas para una educación sustentada en valores democráticos.
Hay que cuestionarse si acaso se está dotando a la niñez con herramientas conocimientos, actitudes y valores éticos, elementos sin duda indispensables para convertirse en ciudadanos responsables y cumplidos con la ley; volver a los propósitos que desde el siglo pasado expresara Jaime Torres Bodet, es decir, a la aspiración de la escuela mexicana a formar mexicanos preparados para la prueba moral de la democracia. En fin, asumir la corresponsabilidad que a cada quien corresponde, es un paso en el camino a la reconstrucción.
LOS DEFENSORES DEL CHAPO. A propósito de lo que se ha venido señalando en este espacio, las manifestaciones de jóvenes y otros no tanto en algunas poblaciones de Sinaloa exigiendo al gobierno que no se extradite a los Estados Unidos al narcotraficante cuya detención en estos días ocupa todos los espacios informativos, es un botón de muestra de cómo la delincuencia ha permeado en los distintos estratos de la sociedad.
*Columba Arias Solís es Maestra en Derecho Civil, Licenciada en Derecho, Notaria Pública, Analista Política y Co-Coordinadora del Seminario Internacional Permanente "Transformaciones Jurídicas y Sociales en el Siglo XXI" (CIJUS/Área de Ciencias Sociales / AMICIJUS)