
Autor: Teresa M.G. Da Cunha Lopes
Título: Notas sobre la Violencia y lo Sagrado en Tiempos de Conclave
Uno de los aspectos del Cristianismo (en todas sus vertientes doctrinales y divisiones confesionales) y del Catolicismo es el hecho de que, a pesar de la omnipresente tradición romana, imperial, autocrática y sacrificial de la Iglesia oficial, la subversión bíblica original nunca dejó de estar presente en lo más profundo de la consciencia occidental.
Es una paradoja que fascinó a Max Weber y que este autor alemán colocó en evidencia en su obra “Economía y Sociedad”, análisis que fue retomado por René Remond en su “Religión y Sociedad en Europa”.
Paradoja que está plasmada en el Sermón de la Montaña, bajo la forma de una ética de la fé, por un lado y, por otro lado por el derecho natural cristiano considerado como una exigencia de la doctrina, elementos que conservaron “su fuerza universal” y que regresan una y otra vez a la superficie en todos los períodos de desestabilización social(Max Weber).
Es entonces posible constatar la persistencia de la ruptura “revolucionaria” y el continuo renacimiento, a lo largo de 20 siglos, de lo que podemos llamar la “utopia cristiana”, utopia que hasta cierto punto, ha permitido equilibrar, servir de contrapeso funcional, a la tendencia al compromiso con los poderes instituidos, a la complicidad con la violencia represora del poder (con la diferencia, con la disidencia, con la crítica, con las libertades individuales) que son las dos facetas visibles de la Iglesia (conservadora y reaccionaria).
¿Cómo interpretar esta ambivalencia entre un “permanente estado revolucionario” y una “continuidad conservadora”?
¿Cómo interpretar esta paradoja entre una Iglesia en que coinciden la espiritualidad de un S. Francisco de Asís, que sueña con un mundo en que se realizaría la profecía de Isaías y, por otro lado el silencio o la protección oficial del Vaticano al horror escuálido y organizado de estructuras de la violencia desde el poder, de la discriminación, de la exclusión y del racismo de los Nazis, de un Mussolini, de Pinochet o de un Maciel?
¿Invocaremos la “debilidad humana” como lo hacía San Francisco de Sales? O, ¿analizaremos esta ambivalencia, esta paradoja, como una necesidad histórica, fruto de una “realpolitik” eclesiástica que gestiona, dentro de los límites del posible, la lentitud del progreso moral de los pueblos y de los estados?
Vimos como este último “alibí” transformó el silencio de Pio XII en una conducta criminal que permitió el genocidio de millones en los campos de concentración de Hitler. Vemos, hoy, como la excomunión, ya no el silencio, y la violencia del dogma institucional reenvían a la muerte segura a los millones de potenciales víctimas del SIDA en África y propician el genocidio de los millones de mujeres obligadas a la clandestinidad del aborto, porque les ha negado el derecho a la contracepción.
Una otra tesis, que juega con las relaciones entre la “Violencia” y lo “Sagrado”, defendida por René Girard en “Le Bouc Emissaire” o en “La Violence et le Sacré” amerita una reflexión sobre el “sacrificio” original, sobre “las víctimas” y sobre el uso de la violencia desde el Poder.
Según Girard, el tiempo (histórico) necesario a la Revelación es inseparable del propio concepto de “Revelación” O sea, el mensaje bíblico es demasiado radical, devastador, socialmente explosivo para poder ser inmediatamente escuchado y entendido por las sociedades humanas hundidas en las trampas del sagrado y del discurso ideológico del sacrifico (los marxistas dirían “enajenadas”). Pero, la “utopía” cristiana, no cesa de trabajar y de producir efectos a lo largo del vector del tiempo histórico.
Uno de esos efectos es lo que podemos llamar el “progreso de la consciencia universal”.
Irresistiblemente, de siglo en siglo, el punto de vista de los represores, de los ejecutores de la violencia desde el poder, ha perdido legitimidad. Y, lo mismo ha pasado con las ideologías conservadoras del poder establecido y con el propio discurso de la dominación.
Parafraseando a Girard, lentamente el ciclo sin fin de la violencia y de lo sagrado se ha debilitado y eventualmente, será eliminado. Podemos, entonces, afirmar que en un mundo post-Ilustración y bajo el paradigma de los Derechos Humanos, la represión desde el poder, la violencia institucionalizada, sólo puede ser realizada confiscando, secuestrando, manipulando hipócritamente el punto de vista y el discurso de las víctimas. Por ejemplo: el “proletario explotado”, “el pueblo alemán injustamente castigado” por los Aliados en el Tratado de Versailles, serán colocados como centro de dos discursos totalitarios político- ideológicos referentes del siglo : el estalinismo y el nazismo. Ni Stalin ni Hitler podían ya, en pleno siglo XX afirmar: “reprimo, mato, ejecuto porque soy el más fuerte”
Lo mismo constata el economista Joseph Aloïs Schumpeter, a propósito de la guerra en su obra “Imperialismo y Clases Sociales” El imperialismo que, por el pasado, podía dispensar la máscara, hoy por hoy, está obligado a esconderse por detrás de un velo y de una fraseología que remite a la “democracia”, a la “libertad” y a la “intervención humanitaria”.
En un otro plano, el sacrificio de los menos aptos y la explotación económica de los más pobres, la exclusión de las minorías y de los más débiles socialmente, conductas practicadas por el capitalismo salvaje, se reviste de un discurso que recupera los “valores cristianos” y los re-intrepreta en manifiestos de extrema- derecha, tal como puede ser observado en autores ultra liberales como Ceorge Gilder (ver su “Riqueza y Pobreza”) y en los actuales movimientos políticos ultraconservadores, de que son ejemplos el “Tea Party” norteamericano y el “Yunque” en México..
Este secuestro hipócrita de la narrativa de la víctima es, también, ejemplificado por la fraseología de la defensa hasta las últimas consecuencias del “derecho abstracto a la vida” y del “derecho a la dignidad humana” usado por el Vaticano para justificar posiciones ultraconservadoras que condenan, en los actuales contextos reales, a la muerte a millones de personas y producen áreas de discriminación y exclusión de grupos sociales como las mujeres y los homosexuales. Contra este “estado de las cosas” son diversas las voces internas que desde los grupos laicos y desde los teólogos silenciados por la fracción en el poder claman por la apertura, por el regreso a los Principios fundamentales, por la recuperación de la utopia cristiana.
El Conclave que se iniciará en las próximas semanas debería ser dedicado al debate sobre la disyuntiva de la violencia y del sagrado, un debate sobre el dilema primordial entre la “utopía” cristiana y la “realpolitik” del Estado del Vaticano. Debería ser el Conclave dónde se gestaría la posibilidad de dar una respuesta a este clamor gigantesco.
Contrariamente al discurso mayoritario, no creo que los dos últimos Papados hayan sido un período de “progreso”. Pienso, que en la realidad debilitaron una Iglesia que con Juan XXIII y Pablo VI había iniciado un proceso coherente y valiente de recuperación de la primacía de la utopia cristiana sobre la realpolitik conservadora. Pero, tengo pocas esperanzas de que exista un verdadero debate en las próximas semanas o una real transición a una línea que recupere el espíritu del Vaticano II y la fuerza de una Institución al servicio del “progreso de la consciencia universal”..
Teresa Da Cunha Lopes es Doctora en Derecho; Máster en Sociedad de la Información y del Conocimiento (UOC); D.E.A. en Filosofía Jurídica (UOC); Maestría en Historia del Arte (Sorbonne Paris I); Licenciatura en Historia;Experto Universitario en Economía Global Electrónica; Diplomada en Derecho Procesal Constitucional(SCJN). Profesora-Investigadora de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.M.S.N.H. e Investigador del Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales(CIJUS). Miembro del S.N.I. , Nivel I CONACYT y Perfil PROMEP. Coordinadora del Cuepo Académico "Derecho,Estado y Sociedad Democrática". Directora de la Revista DBN
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